Charlie Chaplin solía decir que la vida es tan corta que solo nos alcanza para ser aficionados. Cuando ya vamos aprendiendo el arte de vivir, la función se termina. No existen recetas mágicas pero cada uno sabemos qué necesitamos para vivir como querríamos. Los grandes filósofos se han ocupado de ello y por supuesto los psicólogos.
El arte de vivir comienza por sentir y pensar bien. En Occidente siempre le hemos dado mucho valor al desarrollo intelectual y muy poco al desarrollo emocional. Sentir y pensar son hábitos que, como tales, nunca es tarde para cambiarlos. Pero ¿cómo podemos cambiar nuestros hábitos emocionales? Lo primero es conocernos, para saber lo que nos afecta y cómo nos afecta antes de reconducirlo.
Desbordados de alegría histriónica, temores o rabia difícilmente podemos tener la percepción subjetiva de estar viviendo bien. Lo mismo sucede si estamos de vacaciones en una playa paradisíaca pensando en el trabajo que nos espera a la vuelta. Vivir de los recuerdos, del futuro y creernos lo que tememos nos debilita como personas. El arte de vivir consiste en lo opuesto a este tipo de pensamientos, ya que son trampas de nuestra mente que nos impiden ser libres y nos generan sufrimiento.
Frente a esta perspectiva, los sabios orientales siempre han defendido que nuestra conexión con el momento presente constituye el verdadero arte de vivir. La meditación, por ejemplo, nos permite observar pensamientos y sensaciones asociadas a este sufrimiento. Al hacerlo, se desvanecen. El mundo que nos rodea, nuestro cuerpo, pensamientos y sentimientos están en constante cambio. Por eso el budismo se basa en aceptar que todo es impermanente y aprender a no aferrarnos a las cosas ni a las personas. Ni un solo maestro oriental defendería que el arte de vivir consiste en adquirir posesiones -en tener-, sino en ser.
¿Por dónde empezar entonces? Siempre he creído que uno de los mayores regalos de estar vivo es “poder y saber elegir”. Los seres humanos siempre tenemos la libertad de elegir cómo responder a las circunstancias, especialmente si entrenamos la gestión emocional. Pero también saber elegir con quien relacionarnos, es decir, rodearnos de quienes nos enriquecen. Elegir esforzarnos en aprender y cultivarnos para mejorar como personas. Elegir saber disfrutar de los gozos y los placeres. Y por último, no puede haber vida buena, ni placeres, ni buena conversación en la sociedad locamente acelerada en que vivimos. Elegir paciencia y sosiego en tiempos de hiperactividad crónica es tomar partido por la profundidad de pensamientos y sentimientos. Elegir vivir con calma añade valor y autenticidad a lo que hacemos. No digo que sea fácil, pero merece la pena intentarlo.
Beatriz Moreno Milán