Beatriz Moreno Psicóloga
Reivindicando el dolce far niente

¿Quién dijo que estar ocupado es sinónimo de productividad? Queremos llegar a todo: ser profesionales eficientes, dedicar tiempo (de calidad) a la pareja y a nuestros hijos, practicar algún deporte (hay que cuidarse), cuidar la vida social (donde tendemos a llenar cada hora disponible) y aprovechar el tiempo libre con planes varios (los que sean). Hagamos lo que hagamos, al final del día sentimos que nos faltan horas. Nos ocupamos todo el tiempo, partiendo de la creencia de que lo “lleno” aporta más valor a nuestra vida.

He sido educada en la firme creencia de “no dejar para mañana lo que pudiera hacer hoy”. De hecho, procrastinar siempre se ha considerado un sinónimo de pereza e irresponsabilidad. Sin embargo, nos hemos pasado al otro lado. Lo queremos todo y lo queremos ya. Vivimos en la era de la productividad y de la inmediatez, inmersos en un ritmo altamente exigente pero acompañado (a menudo) de una extraña sensación de vacío existencial. ¿Qué estamos haciendo? Viviendo a toda velocidad, sin espacio mental, nuestro mundo se convierte en algo borroso, como cuando observamos un paisaje desde la ventanilla del AVE. ¿Qué sentido tiene ser personas tan productivas?

Mantenernos ocupados es, sin duda, el remedio perfecto para no pensar. Siendo poco conscientes e instalados en el mantra del “no tengo tiempo”, es más fácil liberarnos de hacernos preguntas incómodas: ¿Hacia dónde me lleva este ritmo? ¿Qué falta en mi vida o qué sobra? El exceso de actividad y de ruido mental (redes sociales, por ejemplo) nos ayudan a evitar parar, a hacernos preguntas y a reflexionar sobre quiénes somos y cómo queremos vivir.

Cuando observo a mi alrededor o pregunto a la gente, paradójicamente, tenemos la falsa sensación de aprovechar más el tiempo cuando vemos nuestra agenda repleta de citas, planes y actividades. A menudo solemos hacernos trampas pensando que se trata de una etapa puntual -en lugar de una forma de vida elegida-. De ser así, ¿por qué nos sentimos tan infelices? Algunas personas estresadas que acuden a mi consulta pidiendo atención psicológica, tienen serias dificultades para encontrar un hueco en su agenda para vernos. ¿Será entonces un tema de prioridades, de falta de consciencia y de compromiso con el autocuidado?

Aprender a parar (si queremos) es el primer paso para aquietar nuestras mentes, reflexionar sobre nuestro bienestar y dar espacio a nuevas ideas. Sólo de este modo, sabremos con lucidez lo que realmente queremos. Por último, quiero aprovechar esta columna para reivindicar il dolce far niente (el placer de no hacer nada) como antídoto revolucionario en tiempos de hiperactividad productiva. Quizás algún día nos ayude tenerlo presente. Ya decía Neruda: “Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y esa, solo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”.