Beatriz Moreno Psicóloga
Sinceridad o sincericidio

Hace unos dias quedé para comer con un amiga y mientras la esperaba, no pude evitar escuchar la conversación de una pareja en la mesa de al lado. La mujer le estaba reprochando al hombre algo que había sucedido la semana anterior. Mientras tanto él, aguantaba estoicamente el chaparrón en silencio.

Al acabar, le dijo: “siento que no quieras escucharlo, pero te lo tenía que decir. Ya sabes que soy muy sincera…”
Tras una pausa, él le contestó algo así como: “No se si me lo tenías que decir o no, pero ha sido mucho más de lo que yo estaba dispuesto a escuchar”. A continuación, se levantó y se marchó.

Cuando pensamos en la sinceridad, lo hacemos considerándola una virtud, pero lo cierto es que no siempre lo es. La sinceridad no es una virtud personal, ya que sólo puede ser entendida como valor interpersonal, es decir, si tenemos en cuenta lo que la otra persona puede o no asimilar.

Además, cuando decimos todo lo que pensamos “porque somos muy sinceros” sin sopesar el impacto de nuestras palabras en la otra persona, podemos estar poniendo en peligro nuestra relación con los demás. La sinceridad implica tener el valor de decir lo que pensamos, pero no necesariamente todo lo que pensamos. En mi opinión eso puede no ser un acto de sinceridad sino de sincericidio, ya que sin considerar el daño que podemos hacer con nuestras palabras, estaremos siendo, al menos, irresponsables. Para ser realmente sinceros deberíamos tener en cuenta dos cuestiones previas: el para qué y el hasta dónde decir lo que pensamos.

Ser sincero significa, además de estar dispuestos a decir lo que pensamos, anticiparnos, desde el cariño, al efecto que pueden producir nuestras palabras y asegurarnos de que el otro está preparado y quiere recibir nuestra dosis de sinceridad. Significa estar razonablemente seguros de que nuestra sinceridad será una ayuda para entenderse mejor y una oportunidad para crecer. Sólo así la sinceridad será una virtud y contribuirá positivamente a la relación.

Todos conocemos personas que son despiadadamente sinceras. Son esas que sienten la necesidad de decirnos todo lo que piensan “por nuestro bien”. Sin embargo, nos hacen sentir constantemente juzgados.  Asumir la vocación de señalar los “supuestos errores” de los demás sistemáticamente, no solo es una actitud arrogante sino que nos convierte en una compañía incómoda. ¿Qué sabemos nosotros de la sinceridad ajena? ¿Cómo podemos juzgar los motivos o comportamientos de otros? Cada uno de nosotros sabemos únicamente de nosotros mismos y por ello deberíamos ser más respectuosos y consecuentes. Nuestra única motivación al sincerarnos con los demàs debería ser ayudarles en su bienestar personal.

Entender la sinceridad como virtud interpersonal significa también no precipitarse por decir las cosas, saber escoger el momento y lugar adecuado, pero sobre todo, saber parar a tiempo. ¿A qué se debe la urgencia de “decir todo lo que pensamos”? Ser sincero de manera auténtica conlleva un gran esfuerzo de empatía y de estar dispuesto a servir de ayuda al otro. Seremos respetuosamente sinceros si somos capaces de administrar la sinceridad sin prisas, al ritmo que marque la otra persona.

Por último, y si queremos practicar de verdad la sinceridad con los demàs, sería bueno empezar por preguntarnos si sabemos ser sinceros con nosotros mismos. Esto implica dejar de poner excusas y de victimizarnos por nuestra conducta. No puede darse un comportamiento sincero sin asumir previamente la responsabilidad de las posibles consecuencias. Empecemos a practicar esta virtud con nosotros mismos y una vez conocidos los efectos, podremos empezar con los demás.

Me hubiera gustado decirle todo esto a mi vecina del restaurante. Tras el plantón de su pareja, todavía pasó un buen rato sentada en la mesa acabando su café. La oí llamar a alguien y decirle “… ya sabes, hay gente que no soporta que le digan las verdades a la cara, pero es su problema”. Quizás sí. Pero lo único cierto es que, al final de esta historia era ella la que, con toda su sinceridad, se había quedado sola.