Beatriz Moreno Psicóloga

Quizás sea por efecto del frío o tal vez por una simple cuestión de tradición. Pero lo cierto es que enero es el mes preferido por la mayoría de nosotros para reflexionar sobre cómo marchan nuestras vidas.

Después del despilfarro y los excesos navideños, muchos se refugian en el calor de sus hogares para hacer balance y fijar los clásicos objetivos de año nuevo. Perder peso. Dejar de fumar. Estudiar inglés. Ir al gimnasio. Éstas son algunas de las promesas más comunes. Y dado lo difícil que resulta cambiar de hábitos, nos conformamos con pensar que lo más importante es intentarlo. En el peor de los casos, siempre podemos repetir el año que viene.

Al mismo tiempo y en esta sociedad donde cada vez es más la gente que se siente sola, un nuevo propósito está emergiendo en el corazón de muchas personas. Se trata de una promesa intangible y silenciosa que a diferencia de otras, nos da miedo pronunciarla. En este momento, al menos una persona en el mundo acaba de proponerse aprender a amar.

¿Cómo descubrir si sabemos amar o no? ¿Cómo saber si se sienten amadas aquellas personas a quien amamos? Por supuesto, las respuestas pueden ser diversas y más o menos complejas. Saber si hemos aprendido a amar puede ser un hermoso ejercicio de humildad y reflexión. Podemos empezar echando un vistazo a nuestra forma de comportarnos con los demás. Sin olvidar que la relación que mantenemos con todas las personas que forman parte de nuestra vida, es un reflejo de la relación que estamos cultivando con nosotros mismos. Como lo expresaba el filósofo Darío Lostado: «Si no te amas tú, quien te amará?”,” Si no te amas a ti, a quien amarás?».

Cuando tomamos conciencia de que lo que les hacemos a los demás nos lo hacemos a nosotros mismos primero, nos damos cuenta de la unión tan estrecha entre las personas. No obstante, los juicios con los que subjetivamente, describimos nuestras relaciones son sólo eso, juicios. Y por muy útiles y necesarios que sean para manejarnos en el día a día, no deberían separarnos de nuestra verdadera naturaleza humana: el amor incondicional.

Igual que los árboles ofrecen sus frutos cuando crecen en condiciones óptimas, los seres humanos emanamos amor cuando nos liberamos de nuestra rigidez, prejuicios y limitaciones. Por ello, si realmente queremos saber cuál es la mejor actitud que podemos tomar en cada momento, tan sólo hemos de responder, en silencio, a la siguiente pregunta: «¿que haría el amor frente a esta situación?

Aprender a amar no requiere recetas ni estudio, si bien cumplirlo es el más ambicioso y hermoso de los compromisos que podemos adquirir con nosotros mismos. Ya nos descubrió Hegel hace casi dos siglos que “el verdadero ser del hombre es el obrar”.