Beatriz Moreno Psicóloga
¿Puede curarse la existencia?

Cerca de 800.000 personas se suicidan al año o, lo que es lo mismo, cada 40 segundos alguien se quita la vida en algún lugar del mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud. Tras estas cifras se esconde una realidad todavía más alarmante: el mismo organismo estima que por cada persona que se suicida hay veinte que lo intentan. Aunque ocho de cada diez suicidios se producen en países de ingresos bajos y medios, aquellos con ingresos altos están muy lejos de encontrar una forma de reducir las cifras.

En España, aunque las estadísticas son más bajas que en la mayoría de los países europeos, el suicidio es la principal causa externa de muerte, duplicando los accidentes de tráfico. Con la llegada del coronavirus esto se ha convertido en un asunto de interés central. Y no es para menos. En 2020 se registró la cifra de suicidios más alta de la historia de España: 3.941 fallecidos

Conozco a diario gente a quienes “no les importaría morirse”. Otros piensan en el suicidio como una alternativa válida para poner fin a un cansancio vital inabordable. Lo que creo es que la mayoría preferirían vivir, pero en otras condiciones. Y otros, no es que estemos encantados con el mundo en que vivimos, sino que hemos encontrado maneras para sobrellevar la situación.

Ya Freud decía que la vida es un pulso continuo con la depresión, y lo cierto es que el sufrimiento existencial o por falta de sentido no es una rareza del ser humano, sino parte de su propia naturaleza. No obstante, que esto derive en una vida insoportable sí constituye una patología que debe ser atendida por especialistas de la salud (especialmente en las primeras fases). Quien ha pasado por una depresión sabe que el primer alivio comienza al sentirse acogido, escuchado, respetado y comprendido. La propia persona se siente muy sola porque no sabe a quién puede contarlo. Sentir que no merece la pena vivir genera debilidad, vergüenza y culpa. Y en ocasiones la respuesta del entorno es de incomprensión por el propio pánico que supone escucharlo.

En la actualidad la visión del suicidio está cambiando, pero no hace tanto de aquellos años en los que nadie hablaba de la muerte y mucho menos del suicidio. Si algún ser querido se suicidaba, la familia ocultaba lo ocurrido por una mezcla de temor al qué dirán, cargando en silencio con la pesada losa de la culpabilidad.

Está bien que la salud mental esté saliendo del estigma y que la sociedad esté más abierta a afrontar este problema. Está bien reclamar y esperar más de la atención pública (un asunto que no puede permitirse listas de espera de meses es este). Pero ¿hay algo más que esté en nuestras manos hacer? ¿Y nuestro entorno? Empecemos por esforzarnos en aceptar una realidad que ya no tiene vuelta atrás. Hoy sabemos que el silencio complica la prevención. Trascendamos al miedo a hablar del tema y normalicemos el diálogo en torno al suicidio, por favor. Solo así podremos ayudar a prevenirlo. A partir de ahí, todo lo demás.