Beatriz Moreno Psicóloga

Cada ser humano compone una biografía única que comienza cuando nace y acaba con su muerte. Nuestra biografía, la de cada uno, se encuentra en su desarrollo con incontables biografías, las de aquellos con los que nos encontramos. El tono de estos tiempos que vivimos, los avances científicos y tecnológicos, entre otras causas facilitan una gran diversidad de caracteres al tiempo que provocan un escenario en el que cada vez nos alejamos más de las personas que nos rodean. Pese a ello, existe un objetivo -atemporal y permanente- en cuyo afán nos identificamos como especie humana: la búsqueda de la felicidad.

Es un hecho que todos vemos: unas personas son felices y otras no, unas son felices con naturalidad y otras, pese a tenerlo todo, no alcanzan la deseada felicidad. Tendemos a asociar la felicidad con la realización de ciertas aspiraciones, por ejemplo: “Seré feliz cuando cambie de trabajo”, o “cuando consiga una pareja,  o “cuando compre mi propia casa” o “cuando gane la lotería”. Nos convencemos de que la felicidad llegará justo cuando alcancemos alguna de las ansiadas metas. Pero también sucede, que a veces, que incluso lográndolas, ni siquiera nos sentimos satisfechos. Esa felicidad que esperábamos nunca acaba de llegar, ¿por qué? ¿Por qué no soy feliz? ¿Dónde reside la verdadera felicidad?

La pregunta sobre la felicidad es esencial para el surgimiento de la ética en la antigua Grecia. Los filósofos encontraron respuestas muy dispares, lo cual demuestra que, como decía Aristóteles (384-322 A.C.) “Lo que todos los seres humanos quieren es ser felices, pero cuando les preguntas todos entienden la felicidad de manera distinta”. Es difícil definirla y describirla, pero no debería ser tan difícil lograrla.

En un intento por definir la tan ansiada felicidad humana, Aristóteles rechazó la identificación de ésta con el placer (ya que éste es una sensación o estado) y con la riqueza (ya que se trata de un medio para conseguir placer). La felicidad, para Aristóteles, tenía que tratarse de una capacidad o facultad propia sólo del hombre. Una capacidad que se busque y consiga por sí misma y no como medio para conseguir con ella otro fin.

Más recientemente, en el último siglo, los grandes pensadores no han destacado precisamente por su visión optimista de la vida. Nietzsche (1884- 1900) aseguró que querer a toda costa ser felices es una dolencia que sólo aqueja a unos cuantos pensadores ingleses. Poco tiempo después, tanto Heidegger (1889-1976) como Sartre (1905- 1980) compartían ideas sobre una existencia humana marcada por la angustia: el hombre era un ser-para-la-muerte, una pasión inútil.

Uno de los mejores regalos que Asia ha hecho al mundo es ayudar a la humanidad a profundizar en la búsqueda de la felicidad. Ser feliz consiste, esencialmente, en la búsqueda de la armonía. Se atribuyó al Buda el siguiente enunciado: “la felicidad está determinada por nuestro estado mental, más que por los acontecimientos externos”. Según esto, “conseguir una pareja” o “ganar la lotería” pueden hacernos sentir más o menos contentos, pero tan sólo a corto plazo, por ser circunstancias que escapan a nuestro control. Estas circunstancias, siempre ajenas a nuestra voluntad, no suelen provocar efectos duraderos en nuestro estado de ánimo, cuanto menos en el sentimiento de felicidad.

Jon Kabat-Zinn, uno de los principales impulsores del actual movimiento de la atención plena (mindfulness), escribe que “la estrategia para conseguir la felicidad consiste en desear lo que hacemos y tenemos en el presente, aquí y ahora, y no lo que nos falta”. Según este enunciado, ni comprar una casa, ni tener una pareja, ni cambiar de trabajo van a convertirnos en personas completamente felices, porque todos estos ejemplos tienen en común su relación con lo incierto, su conexión con el futuro y con aquello que no está en nuestras manos. De lo que sí tenemos certeza, es que la vida sólo podemos vivirla en el presente, ya que nadie ha vivido en el pasado ni en el futuro. El presente es lo único que nos pertenece.

Hasta cierto punto, estoy más o menos de acuerdo con estos enunciados. Sin embargo, cada vez más escucho conversaciones insistentes con Vivir el presente. Como si el presente fuera el fármaco capaz de curar todos nuestros males, temores y ansiedades. Como si fuera la panacea para solucionar todos nuestros problemas. Y esto me hace reflexionar.

A decir verdad, nunca he tenido claro si el secreto de la felicidad consiste en hacerse un poco el imbécil o en vivir lo más conscientemente posible, pero claramente prefiero optar por la segunda alternativa. Los relatos de los pacientes que acuden a mi consulta buscando respuestas me han animado durante muchos años a leer y reflexionar sobre la búsqueda de la felicidad.
De las síntesis de sus relatos, de mis lecturas, de mis reflexiones y de mi propia vida, he llegado a algunas conclusiones. Creo que la felicidad tiene un aquí y un ahora y que comienza con aprender a disfrutar de lo que depende de nosotros. Sin embargo, el ser humano es futurista por naturaleza. Sólo las personas (ni los animales, ni las piedras) somos capaces de prever, proyectar y vivir en el futuro. Los seres humanos proyectamos fines, metas. Por lo tanto, no es suficiente el aquí y el ahora.

Igual que la felicidad, el sentido de  nuestra existencia es de utilidad para algo más grande que nosotros mismos  y puede ayudarnos a sentir que trascendemos en cada una las acciones de nuestra vida. Como ya decía el escritor francés Montaigne, “sin puerto de destino nunca hay viento favorable”. Quizás crear proyectos y darles un significado puede, como mínimo, brindarnos una oportunidad para actuar con coherencia, estableciendo las prioridades y los valores con los que deseamos construir nuestra felicidad.

En mi opinión, muchos enunciados procedentes de la filosofía oriental y algún que otro místico inspirado no acaban de ajustarse del todo a las demandas de una sociedad occidental, a menudo deseosa de felicidad y necesitada de sentido común. Por eso, si reducimos el concepto de felicidad a aprender a vivir en el presente, de alguna manera estamos desvalorizando la presencia de la experiencia moral (capacidad sólo propia de los humanos), en este camino a ser felices. Somos ayer, hoy y mañana y no podemos segregar ninguna de las partes. Otra cosa distinta es amargarse por problemas que ya fueron o por los que no han llegado aún.

En definitiva, ser feliz es el gran proyecto y debemos acometerlo poniendo en ello todas nuestras capacidades. Ser feliz es un proyecto que exige del respeto a uno mismo y del respeto a los demás, ser feliz es un proyecto en el que debemos ser consecuentes y ser responsables de nuestras acciones y decisiones.

Un buen punto de partida puede ser tomar consciencia de que mi proyecto de felicidad no me afecta sólo a mí, pues necesito de los otros y debo ser capaz de incluirlos armónicamente en mi proyecto. Aristóteles ya decía que “El problema de la felicidad es que no la puedo conseguir solo, necesito de los demás para ser feliz”. Y yo creo que esto no es tanto un problema como una oportunidad, si sabemos aprovecharla.