No hay día que no me pregunte si estoy siendo una buena madre. Pese a los esfuerzos que hago, los tentáculos de la culpabilidad me atrapan cada día. Por no hablar de la sobrecarga de tareas, tanto personales como profesionales. A veces siento que no llego a todo, que no soy suficiente.
En los últimos años, el concepto de “malas madres” ha saltado a un primer plano en los diálogos sobre la maternidad. Proliferan expertos en maternidad recordándonos las virtudes que deben tener las buenas madres al tiempo que el feminismo ha puesto sobre la mesa la cuestión de la “maternidad realista”, tema inexistente en el debate público. Lo que pretende transmitir es que la imagen de madre abnegada, que renunciaba a todo ya no existe. Muchas de las ideas preconcebidas sobre el proyecto de traer una criatura al mundo se alejan mucho de la realidad posterior.
El concepto de malas madres se ha puesto de relevancia para mostrar la imposibilidad de que la maternidad sea un campo de satisfacción permanente. Resulta difícil definir quién es buena o mala madre, pero sí existen ciertas cualidades que podemos poner en valor para definirlo. En los tiempos que vivimos aquí y ahora… ¿en qué consiste ser buena madre?
El principal elemento que contribuye a un óptimo desarrollo psicológico de los hijos es el afecto. Sabemos que las carencias emocionales gestadas en la familia resultan muy limitantes y/o traumáticas en la edad adulta. Manifestaciones de afecto como abrazar, besar o expresar sentimientos favorece la adquisición de seguridad y confianza. También compartir tiempo juntos, saber escuchar y establecer una disciplina coherente, entre otros, son elementos centrales en la crianza.
Todo esto se complejiza en el mundo actual, ya que las casuísticas familiares son cada vez más diversas y determinan el modelo de crianza: padres separados con o sin custodias compartidas, familias monoparentales (o más bien “monomarentales”), que a veces no pueden arreglarse de la misma manera que una familia con más opciones. No parece que el concepto de “buena madre” sea algo homogéneo y permanente.
Soy una madre casi siempre cansada o con sueño. Esto afecta y mucho. Aún así, intento vivir la maternidad con libertad, lidiando con la culpa diaria y luchando por una conciliación real. Trato de tomarme la maternidad con humor, porque sé que hago lo que puedo dentro de mis posibilidades y a veces necesito malamadrear para no perder mi identidad como mujer y rebajar las expectativas sobre la maternidad. En otras ocasiones, me ayuda repetirme que lo hago lo mejor que puedo con lo que tengo y con estar cuando mi hijo me necesita de verdad. También hablar con otras madres y padres me ayuda a sentirme menos sola, aunque considero que la maternidad es una experiencia individual y única. Otras veces, vislumbro un horizonte donde se sitúa la madre que me gustaría llegar a ser.