Beatriz Moreno Psicóloga
El siglo de la soledad

La soledad es el tema de nuestro tiempo. Miguel de Unamuno, en su conocido ensayo “Soledad” (1905) ya llegó a diferenciar dos tipos de soledades: la deseada y la impuesta. La primera se da cuando elegimos y defendemos renunciar a cualquier tipo de compañía para estar solos, sintiendo bienestar en el momento de realizarla. Sin embargo, la soledad no deseada y temida surge cuando uno no quiere estar solo, pero lo está. Aunque afecta a todas las edades, se da principalmente en personas mayores y se le atribuyen ciertos efectos nocivos para la salud (depresión y deterioro cognitivo, entre otros) cuando los momentos de soledad se prolongan en el tiempo.

En la actualidad estamos asistiendo al ya conocido Siglo de la Soledad, donde numerosos cambios sociales y culturales multiplican los escenarios y las cifras de personas que acuden a las consultas de psicología. Un escenario común es la denominada soledad existencial, caracterizada por la desconexión con uno mismo y con los demás. Las personas se refieren a ella, cuando “se sienten solas al estar en una cena rodeadas de amigos o de sus seres queridos”.

Otra de las grandes demandas de atención psicológica es el dolor de estar con uno mismo y se produce por la incapacidad de permanecer a solas con nuestros propios pensamientos. Es más conocido como el miedo a la soledad, ese que nos hace buscar, permanentemente, la compañía de otros, tratando de desprendernos desesperadamente de la sensación negativa de angustia y abandono. El miedo a la soledad se trata, por tanto, de un incontrolable deseo de escapar de nosotros mismos, de una impetuosa huida hacia el exterior de nuestro ser.

En una sociedad donde el individualismo está muy por encima de la conexión profunda con los demás, donde existe un creciente aumento de las personas que viven solas, a veces acompañadas por las redes sociales o una mascota, ¿estamos realmente preparados para relacionarnos mejor con nuestra soledad?

Sabemos que somos seres sociales y relacionales. Sabemos que necesitamos compañía, vínculos y calor humano. Sin embargo, la comprensión y el abordaje del sentimiento de soledad es mucho más complejo. Poner la mirada exclusivamente en el apoyo social y promoverlo resultaría una medida insuficiente.

Aprender a reconocer la soledad y aceptarla como condición humana es un primer paso para convivir con ella. Y previamente a esto, descubrir los recursos psicológicos de las personas para afrontarla es esencial. También identificar y comprender los comportamientos que hacen que la soledad constituya un problema (en lugar de una oportunidad) para nosotros, evitando patologizarla. En este sentido, y como apunta Javier Yanguas, necesitamos cambiar la mirada de la soledad como problema clínico: “la soledad no es una epidemia, ni una enfermedad, sino algo que -como seres frágiles- todos sentimos a lo largo de nuestra vida”. Por último, tendremos que fomentar experiencias de conexión, pertenencia, cercanía e intimidad, así como trabajarnos las perdidas afectivas y las relaciones con mayor calidad.

En definitiva, practicar una soledad voluntaria puede resultar una tarea casi imposible debido a los sofisticados algoritmos que emplean las redes sociales para segregar una rápida circulación de dopamina dentro de nuestros cerebros, y así, mantenernos pegados a las pantallas el máximo tiempo posible. De algún modo supone arrebatarnos esa búsqueda personal hacia aquellos espacios de aislamiento donde se originan las más profundas e íntimas reflexiones entrelazadas con nuestra propia existencia.

Si, llegado el momento, elegimos reconciliarnos libremente con la soledad, lograremos una mayor consciencia sobre cada una de las cadenas que limitan nuestro verdadero potencial como ser humano. Además, como muy bien señaló el filósofo Francesc Torralba en su libro “El arte de saber estar solo” «solo el retiro en la soledad nos permite discernir quiénes son los verdaderos ángeles de la guarda de nuestra endeble vida, aquellos que se quedan cuando todos los demás han desaparecido, hastiados y dándonos por incorregibles».

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