La vuelta a la rutina tras las vacaciones es vivida con profunda nostalgia y apatía por la inmensa mayoría de nosotros. ¿Qué resulta tan insufrible? Se supone que la vuelta al trabajo no debería implicar conformarnos ni renunciar a la libertad, sino construir un rincón agradable en nuestra zona de confort, término -por cierto-, bastante “mal-tratado” por los discursos vacíos de la autoayuda. Hay datos que demuestran que nuestro cuerpo necesita tomarse un respiro cada cierto tiempo, un respiro poco duradero. Aunque la rutina tiene «mala prensa», la ciencia ha demostrado que nos sienta bien.
Desde el punto de vista de la Psicología, esa rutina de la que huimos aporta grandes beneficios: mayor productividad durante la jornada laboral y una mayor eficiencia del tiempo libre. También reduce la ansiedad, emoción asociada a la incertidumbre: si anotamos lo que va a suceder en nuestra agenda mental, es más fácil abordarlo. La rutina produce incluso una mejora en ciertos patrones psicobiológicos como la calidad del sueño, las pautas de alimentación o la actividad física.
Si la rutina consistiese en despertarnos sin alarma, con tiempo para desayunar sin prisas, invertir unas pocas horas en un trabajo que nos apasiona (y bien remunerado), llegar a casa con la comida hecha y dedicar el resto del día a cuidarnos, ¿odiaríamos la rutina? Probablemente no. Lo que nos resulta agotador es tener que desenvolvernos en una cultura que exige la perfección sin ofrecernos ni tiempo ni recursos para acercarnos a ella. El gran misterio es cómo convertir a la rutina en una aliada cuando la lista infinita de obligaciones nos agota.
En primer lugar, podríamos definir la rutina como los hábitos que aportan continuidad a nuestra vida y que, en mayor o menor medida, nos permiten lidiar con la incertidumbre y proteger nuestra salud física y mental. Pero no es una varita mágica. Si queremos que la rutina sea una aliada debe ser realista y flexible, eso implica sentirnos capaces de poder adaptar nuestra rutina si surgen imprevistos. También “trabajarnos” la tolerancia a la improductividad –o la habilidad de ordenar nuestras prioridades sin sentirnos culpables-. Y no menos importante, practicar el descanso cognitivo, que implica desconectar de aquellas tareas que, si bien forman parte de nuestra rutina, no tienen lugar en ese preciso momento. El ejemplo perfecto lo encontramos en las redes sociales: es muy difícil dejar de lado el móvil, pero sí es viable reducir 15 minutos su consumo para dedicarlos a algo tan sencillo como necesario: comer, leer, pasear o aburrirnos.
En definitiva, crear una rutina saludable empieza por asumir que es imposible llegar a todo. ¿Y si nos paramos a pensar en todas las tareas irrelevantes que forman parte de nuestra rutina? No es cuestión de invertir nuestro tiempo en ser más productivos, sino en estar más tranquilos.