Beatriz Moreno Psicóloga
Cuando la astilla no sigue al palo

Isabel es una amiga que llevaba mucho tiempo arrastrando un gran sentimiento de culpa. Su único hijo acabó dejando los estudios tras varios años de nefastas calificaciones. Se compró un billete de avión, cogió su guitarra y se dedicó a ganarse la vida tocando en el metro de Londres. Solía decir una y otra vez: “No sé qué he hecho mal”. Tras unos años de frustración, hace poco la encontré radiante. Me contó que su hijo, finalmente había retomado los estudios y que sus calificaciones eran excelentes. “Al final, resulta que no he sido tan mala madre”, añadió.

Si analizamos este ejemplo observamos que una de las premisas de las que partía mi amiga era que continuar con los estudios era bueno, y tocar la guitarra, malo. Nuestra mente funciona así, juzgándolo todo dicotómicamente: bueno o malo; blanco o negro; Pero si trascendemos de las expectativas de éxito social y nos preguntamos como padres, de manera honesta, si sabemos dónde pueden encontrar la felicidad nuestros hijos ¿Tenemos la respuesta?

Otra premisa de la que partía mi amiga es que los resultados de los hijos determinan si somos buenos o malos padres y que dependen exclusivamente de nosotros, no de la actitud y aptitudes de nuestros hijos.

Es fácil sentirnos culpables por todo. Si el tema son los hijos, tenemos a nuestra disposición miles de pódcast y libros sobre cómo educar. Vivimos en un mundo donde se vende la ilusión de que conseguir cualquier cosa depende de nosotros. Y la realidad no es esta. Intentar controlar las cosas en lugar de aceptarlas no es un buen camino para ningún lugar.

Existen otras premisas que quizás puedan ayudarnos a ver las cosas de diferente forma. Para empezar, si aceptamos que los hijos no son hojas en blanco en las que podamos escribir, quizás dejemos de sentirnos malos padres. El comportamiento de nuestros hijos no es sólo resultado de la educación recibida. Prueba de ello son las investigaciones con gemelos separados desde que nacen y adoptados por distintas familias. En estos se reconoce el peso de la genética. Si el comportamiento fuera solo resultado de la educación, deberían encontrarse más diferencias que similitudes entre los gemelos estudiados, sin embargo, las semejanzas son extraordinarias. De hecho, sus características psicológicas se parecen muchísimo más entre ellos que entre hermanos no gemelos educados por los mismos padres, algo que todos sabemos cuando percibimos que aunque “eduquemos igual” a varios hijos, estos crecen y se comportan de forma diferente.

Muchas veces nuestras expectativas como padres no nos dejan ver la realidad.  Si queremos que nuestro hijo sea médico o ingeniero pero suspende matemáticas porque lo que le gusta es la música, se lo estaremos poniendo muy difícil para que lo consiga. En el caso de que logre obtener el título que nosotros consideremos ¿significa esto que será feliz? Vienen a mi consulta personas que han seguido el camino que les han marcado sus padres, en contra de sus propios deseos y, lo que es peor, en contra de sus propias capacidades. En algún momento, esta sensación de vida inauténtica se convierte en una insatisfacción vital que puede interferir en nuestro bienestar psicológico y derivar en un vacío existencial permanente.

Más que tratar de manejar las vidas de nuestros hijos, sería bueno aprender a conocer nuestros límites. Llegamos a casa cansados del día y vemos que nuestros hijos no han seguido nuestras instrucciones. Podemos frustrarnos tanto que hasta lleguemos a preguntarnos alguna vez si hubiéramos sido más felices sin hijos. Pero un instante más tarde aparece la culpa por haber pensado algo tan perverso.

Nuestros hijos, en los que hoy proyectamos miedos, frustraciones y sueños, mañana serán adultos con una pesada mochila emocional. Aunque nos resulte difícil, debemos esforzarnos por respetar su libertad para equivocarse y aprender de los errores. Como padres somos ambivalentes, inseguros e irracionales. Y no podemos pretender ser otra cosa. Asumir la naturaleza humana y tratar de actuar con humildad es la manera de transitar con menos sufrimiento por nuestras dudas, miedos e inseguridades como padres. No existe el manual del padre perfecto. Así que, si queremos ser así, ya nos hemos equivocado.

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