Beatriz Moreno Psicóloga
Recuperar la ilusión perdida

La pandemia nos ha puesto a prueba en un contexto de planes cancelados y permanente incertidumbre. Las previsiones cambian cada día y se sigue respirando un aire devastador. Ilusión es justo lo que más echamos de menos en la nueva normalidad. Los seres humanos necesitamos la ilusión para vivir.

La palabra ilusión procede del verbo latino illudere, que significa jugar. En psicología tiene un significado negativo relacionado con la ficción y el engaño de los sentidos. Lo ilusorio no existe en la realidad y el iluso es alguien que tiene esperanzas infundadas. Sin embargo, esta palabra ha adquirido en nuestro idioma un valor muy distinto. Se trata de un concepto puramente emocional.

Sentirse ilusionado o tener ilusión excede de explicaciones racionales, simplemente se siente y nos ayuda a hacer realidad nuestros sueños. Lo mejor de sentirla es que, al igual que el virus, es también muy contagiosa. Cuando nos ilusionamos nos sentimos fuertes, capaces, plenos y llenos de energía. La ilusión, por sí sola, no construye relaciones ni proyectos pero es el motor para movernos a conseguirlo.

Sentimos ilusión gracias a nuestro carácter futurizo, es decir, a nuestra forma de estar en el mundo proyectándonos siempre hacia el mañana. Esta condición futuriza es la que nos obliga a anticiparnos y proyectarnos hacia lo que vendrá. La ilusión es un gran recurso psicológico que puede conectarnos con algo o con alguien. Nos protege contra los desafíos existenciales y nos permite ir más allá de los conflictos habituales, traspasando los límites del yo y las configuraciones actuales del mundo. La ilusión nos aporta significado y nos abraza en momentos de sufrimiento como el que vivimos, donde nos cuestionamos el sentido de todo lo que nos rodea.

Durante años he observado en mis pacientes que la ilusión es un componente vital de la salud mental que nos motiva y que sustenta nuestra autoestima. Por ello, ¿cómo recuperarla cuando sentimos que la hemos perdido sin darnos cuenta?

Todo esto pasará, lo sé, todos lo sabemos. Pasará como ha pasado todo, la peste negra, la gripe española, las guerras mundiales, y todas aquellas tragedias que ha soportado la humanidad. Pasará, y volveré a ver a mi familia cuando ellos quieran. Volveré a viajar a América y a ver a mis amigos de fuera de Madrid. Volveré a sentirme libre y a tener la sensación de que me falta tiempo para todo.

Pero hay otras actitudes que también pueden ayudarnos como atender a lo que depende de uno mismo y valorar lo que tenemos (no lo que nos falta).   Y por encima de todo, no olvidar que los seres humanos disponemos de un instrumento inmensamente potente para (re)activar la ilusión: los proyectos. Ni los animales ni las piedras pueden concebir proyectos, pero el ser humano sí.

Tal vez podamos enfocar esta difícil etapa de nuestras vidas esforzándonos cada día en proponernos pequeños y grandes proyectos. Sólo así, podremos ir construyendo un futuro con la ilusión de llevarlos a cabo.

Intento, con todo esto, transmitir que la ilusión no es un sentimiento cualquiera, sino una dimensión del ser humano imprescindible para su construcción y mejora. Aunque no consiguiéramos cumplir algunos proyectos, sentir la ilusión por ellos nos empuja a un futuro que inevitablemente alcanzaremos y cuanto más sembrado esté el camino, más rica será la cosecha.

Estamos cumpliendo por estos días nuestro primer año de coronavirus. Estamos agotados. Llevamos un año de intensidad constante y miedo desproporcionado. Necesitamos horizontes lejanos y finales felices. Para lograrlo, necesitamos recuperar la ilusión perdida.