Beatriz Moreno Psicóloga
La amistad

Con la excusa del año nuevo, me he forzado a llamar a algunos viejos amigos que en los últimos tiempos nos vemos poco. Poco, aunque todavía nos vemos. Me temo que nos ocurre a todos, pero en algunos momentos me genera tristeza acordarme de las personas dejadas por el camino, o que nos han dejado a nosotros.

Sabemos que la amistad es saludable. El filósofo británico Francis Bacon decía que “la amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad” y no estaba nada alejado de la realidad. El impacto de la amistad en la salud ha sido avalado por múltiples estudios científicos que documentan sus diversos beneficios. Desde aquellos muy generales -como que la gente que tiene amigos vive más tiempo, es más saludable y más feliz-, hasta muy específicos, -como que quienes tienen amigos gozan de una mayor autoestima, menos estrés, o se recuperan más rápido de enfermedades severas. Pese a todas estas ventajas, a medida que nos vamos haciendo mayores nos encontramos cada vez con más dificultades para conservar muchos amigos. ¿Por qué nos resulta complicado mantener las relaciones de amistad con el paso del tiempo? 

Existen varios motivos. En primer lugar, el valor que le damos a la amistad va cambiando durante las diferentes etapas de la vida. Hay amistades que nos acompañan durante años y sobreviven a los momentos más duros, mientras que otras se desvanecen en cuanto las descuidamos. También varía con el paso de los años la manera de querer a las personas que queremos. Los vínculos que establecíamos en la infancia y adolescencia los concebíamos como eternos y superaban cualquier dificultad: aceptábamos los “defectos” de nuestros amigos, nos manteníamos fieles a ellos y además confiábamos en que lo haríamos siempre así. Pero la amistad adulta tiene unas cualidades muy distintas. Paradójicamente, deberían ser más satisfactorias ya que las hemos elegido conscientemente, pero a menudo sentimos nostalgia de la cercanía que teníamos con amigos del pasado. No es que las relaciones de aquellas etapas fueran ideales, sino de que la implicación emocional de las experiencias compartidas con nuestros amigos, generaba, entonces, una unión inquebrantable. 

Y no se trata de que el paso del tiempo vaya unido, inexorablemente, a la pérdida de habilidades en el mantenimiento de nuestro círculo de amigos, sino de que no concibamos éste de la misma forma a los cinco años que a los quince, o a los treinta que a los sesenta.  A veces los amigos pueden pasar a segundo plano respecto de otras prioridades, como el trabajo, o el cuidado de los hijos o de los mayores. En definitiva, podemos distanciarnos de los amigos por cambios de vida o intereses.

Junto al paso de los años y la falta de tiempo por las responsabilidades y deberes que vamos adquiriendo, está la tendencia a tener una visión más instrumental de los lazos afectivos, capitalizando más y más nuestras relaciones, de manera que esperamos que las mismas nos aporten rápidos rendimientos.

Otra razón frecuente que echa a perder las relaciones de amistad es la falta de correspondencia entre lo que ambas partes ofrecen y reciben, un complejo balance difícil de evaluar, ya que no se trata de un intercambio literal. Existen amigos con los que compartimos secretos y amigos de juergas. Tenemos amigos cómplices, amigos divertidos y amigos pesados. Tenemos amigos que hacen que nos preguntemos por qué les seguimos viendo y otros -los menos-, que llegan a constituir un valor intrínseco en nuestra existencia.

Innumerables estudios insisten en la importancia del contacto presencial y frecuente en el fortalecimiento de las relaciones de amistad. Coinciden en lo positivo de pasar tiempo con esos amigos próximos haciendo cualquier cosa, incluso sin hacer nada. Esto tiene todo el sentido, ya que la amistad es una experiencia emocional, no intelectual. Por tanto, si dedicamos tiempo a la pareja, a los hijos y al gimnasio, ¿por qué no reservar tiempo para mantener aquellos amigos que nos interesan?

Compartir tiempo es la primera premisa de quien quiera practicar esta experiencia de conexión. Lo disfrutaremos y nos ­aportará beneficios. Y si nuestra agenda está tan llena que no somos capaces de lograrlo, integremos al amigo en nuestros planes. Compartamos o no aficiones, pidamos a nuestro amigo que nos acompañe en las mismas. Evitemos llamadas no respondidas, citas por compromiso o ese café pendiente que nunca llega.