Beatriz Moreno Psicóloga
Síndrome de la Impostora

A estas alturas casi todos conocemos los indeseables efectos que los pensamientos tienen en nuestra conducta. De este modo, si nos convencemos de que la pareja nos engaña, la desconfianza acabará arruinando nuestra relación (independientemente de estar en lo cierto o no). La lista de ejemplos podría ser infinita y poner en evidencia que nuestra forma de pensar nos mueve a actuar o a paralizarnos por completo. El síndrome de la impostora o del impostor es cada vez más frecuente. Y vivir en una sociedad que antepone el éxito y la apariencia frente a la esencia no ayuda nada, es más, contribuye a generar un auto-boicot crónico.

Quienes investigan el síndrome de la impostora o impostor afirman que se trata un fenómeno que afecta a 8 de cada 10 personas en algún momento de su vida, especialmente a la población joven y a las mujeres (pero también a los hombres). Aunque no es una patología ni un trastorno psicológico, implica un sufrimiento constante para quien lo padece: un “falso impostor” se siente abrumado, desanimado y exhausto por la incesante autocrítica (pueden pensar que no valen para ese trabajo o sector). También atribuyen erróneamente estas sensaciones y emociones a una tara personal, es decir, se sienten un fraude e inferiores al resto en secreto (pese a que puedan haber alcanzado la cima del éxito) y, lo que es peor, se mantienen en alerta permanente por temor a ser descubiertos. Esto los lleva a trabajar jornadas maratonianas en un intento de alcanzar objetivos casi irrealizables. Sin embargo, esta dinámica es una trampa: este sobreesfuerzo conlleva éxitos y halagos que reducen la ansiedad, pero sólo puntualmente.

El temor al juicio ajeno suele llevar a estas personas a camuflar sus ideas, gustos y opiniones (por ejemplo, callarse ante un punto de vista contrario) obteniendo como resultado una gran frustración, al tomar conciencia de que están mostrando una versión inauténtica de uno mismo. Todo esto deriva en la necesidad de aprobación por parte de los demás, cuyo fin es caer bien y ser reconocido como alguien inteligente o especial. Pero la persona es consciente de que, si fuera realmente inteligente o especial, no necesitaría la validación de nadie más.

En definitiva, las personas con este síndrome viven angustiadas, sufren elevados niveles de ansiedad, insomnio y pérdida de entusiasmo. Suelen distraerse con facilidad, se bloquean ante las decisiones y resultan ineficaces e improductivos.  Estas creencias, percepciones y sentimientos son tan reales que limitan seriamente el bienestar emocional, lo cual lleva a muchos a buscar atención psicológica.

El origen de este síndrome se encuentra tanto en la educación recibida como en las creencias (sesgos) adquiridas y la certeza de tener que realizar un esfuerzo adicional para mostrar el valor de lo que hacemos.  Pero ¿tiene solución?

Lo cierto es que sí: la terapia psicológica puede hacernos más conscientes de las falsas creencias que subyacen al síndrome, pero debemos ser los profesionales de salud mental –psicólogos y psiquiatras–, quienes determinemos con rigor los diagnósticos adecuados, ya que el concepto de «síndrome» se ha popularizado peligrosamente en las últimas décadas.

Por último, la presencia de algunos “síndromes” implica, en parte, una falta de autoestima y respeto a uno mismo. Para erradicarlo es necesario un poco de reflexión acerca de quiénes somos y cultivar nuestro amor propio y valía personal. Conseguir el éxito no debe ser una búsqueda del tesoro ligada intrínsecamente a la aprobación ajena, sino un trabajo guiado por nuestra propia brújula cognitiva y existencial.

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