Beatriz Moreno Psicóloga

Hay momentos en nuestra vida donde todo lo que nos acompañó durante años pierde su significado. Sentimos, de repente, la necesidad imperiosa de emprender nuevos rumbos hacia lugares desconocidos. Y aquello en lo que invertimos toda nuestra ilusión durante años parece desmoronarse. Sin más. Ansiosos de volver a sentirnos vivos, nos planteamos un cambio de trabajo, de casa, de ciudad o incluso de pareja. Nos invade una gran crisis existencial: ¿me quedo en la comodidad de lo familiar, donde pareciera que mi vida se va apagando poco a poco? o ¿suelto lastre y me lanzo a probar nuevas experiencias?

Lo que nos empuja a salir de donde nos encontramos varía según la situación vital, la edad, la persona y su historia particular. Entre los 40 y los 50 años muchos se dan cuenta de que no viven su propia vida, o que la que tienen no es la que desean. Esto supone el principal motivo por el que acuden a mi consulta buscando asesoramiento psicológico. No hay una explicación sencilla, ya que las causas de las crisis existenciales suelen ser muy diversas: desde la insatisfacción y el aburrimiento hasta la necesidad de hacer de nuestro paso por el mundo una experiencia especial, única y transcendente.

Una crisis existencial es un periodo en nuestra vida caracterizado por profundos cuestionamientos sobre las razones que motivan los actos, decisiones y creencias que conforman nuestra existencia. Se trata de una crisis de identidad acompañada de una prolongada incertidumbre: ¿voy a seguir así hasta mis últimos días? ¿qué haría yo si no tuviera miedo?¿es esto lo que realmente quiero? ¿tiene sentido cómo estoy viviendo?¿Qué obstáculos se interponen en mi camino hacia la plenitud?. Tratar de buscar respuesta a estas preguntas y tomar cualquier decisión de cambio conlleva una intensa angustia y sufrimiento.

Aprender a fluir en mitad de la incertidumbre puede ayudarnos a mantener la calma puesto que no sabemos lo que nos espera después de los cambios, por muy conscientes que estos sean. La angustia prolongada también puede generar falta de fuerza y energía. Sin embargo, aunque no nos sea fácil, desprendernos de aquello que nos daña y empequeñece, es lo que puede llegar a liberarnos y fortalecernos realmente.

Mi última crisis ha llegado cuando he decidido enfrentarme sola a la maternidad. Pese a que me siento feliz y acompañada de personas muy queridas, estoy viviendo un momento de pleno “tsunami vital” e incertidumbre. He pasado por muchos momentos y fases hasta descubrir lo que puede ayudarme en esta crisis concreta. Me sirve de gran ayuda el silencio, para reflexionar y escribir. También he disfrutado de pasear y leer. Pero lo más gratificante, sin duda, ha sido abrirme y conversar con algunas personas cercanas. He aprendido que hasta nuestras decisiones más libres y deseadas pueden entrañar un alto grado de miedo y angustia. Si corremos el riesgo de abrirnos y sincerarnos con algunas personas, podemos sentirnos incomprendidos pero también puede ser una gran oportunidad para fortalecer vínculos o crear otros nuevos. ¿Qué puede ocurrir? En el peor de los casos, superar una crisis puede implicar que algunas personas que nos han acompañado en una parte de nuestra vida dejen de hacerlo en esta nueva etapa. Aunque siempre aparecerán otras relaciones que nos seguirán nutriendo si nuestra actitud lo permite. He recordado también la importancia de aprender a soltar, si quiero vivir floreciendo. Por último, confiar en mi misma y en la vida han sido determinantes para avanzar en un momento lleno de miedo e incertidumbre.